El ingenio popular desvela oportunidades de extender -que no suprimir- las tradiciones. Me viene a la memoria la Nochevieja Anticipada de San Esteban de Litera, entre otras felices ocurrencias. Hoy me permito utilizar el domingo para dedicarlo a las Glorias, consciente de que el séptimo día de descanso eclesial por excelencia, el de Resurrección, todavía queda un poquito lejos en el calendario.

La realidad es que el jueves recibí con júbilo el comunicado de Ascaso que ha venido a rescatar, del patrimonio repostero de la ciudad, una pieza que se había esfumado por el cierre de un comercio centenario: las Glorias de Pastelería Ortiz. La generación actual no pudo soportar -legítima y comprensiblemente- las trampas que la pandemia colocó en el cañón por donde discurría la compleja subsistencia de muchas empresas. Con el cierre de sus puertas, se iba una de las delicias que durante tantas décadas, desde los años 50 con Jesús Ortiz de artífice, han seducido no sólo el gusto goloso de los oscenses, sino también el de multitud de visitantes que identificaron su placer más exultante con este hojaldre bañado en yema y glaseado con azúcar.

Un salino como yo siempre ha sostenido que el sector más diferencial de una ciudad con una culturización gastronómica de sobresaliente es la repostería. Si participáramos en el 1, 2, 3 de Kiko Lergard, alcanzaríamos una cifra importante a la pregunta de especialidades de la pastelería de Huesca. No es preciso enumerarlas porque quizás incurriríamos en el riesgo de dejar alguna. No temo al riesgo, pero sí a la injusticia. Pero son muchas y son excelentes. Y, consecuentemente, en la responsabilidad global está protegerlas cuando incurren en un camino de dificultad.

Escribió La Fontaine que ningún camino de flores conduce a la gloria. Y, efectivamente, Pastelería Ascaso ha tirado de observación, de audacia y de compromiso para no dejar caer en las crónicas del olvido las Glorias de Ortiz. Los Ascaso son personas con una cultura, una curiosidad y una pulcritud sobresalientes. Su reputación se soporta sobre cimientos sólidos adquiridos desde hace 130 años. De ellos, en muchos han compartido mercado en el que competir con Ortiz. Y, en una compatibilidad virtuosa, hoy Ana Ortiz coopera con la familia Ascaso para extraer la mayor pureza a la elaboración del dulce icónico que siempre se exhibió en los Porches de Galicia. Y que asomará, con la brillantez de su portentoso aspecto, en las tiendas de Huesca, Zaragoza y Madrid. Con otras creaciones emblemáticas como el ruso -hoy un poquito ucraniano-, la Corona Catalina de Aragón, la Tarta San Vicente, los hojaldres Abades y su enorme y sugerente gama de chocolates, postres, helados y salados. Un relato que promociona, como ninguna campaña, Huesca en el interior y el exterior.

Por eso hoy es domingo de Glorias. Incluso, si me lo permiten las autoridades de la curia, de resurrección. Lo pongo con minúscula por no contrariar los espíritus sensibles. Pero con esta recuperación, en tiempos de complejidad para el mantenimiento del patrimonio histórico, Ascaso ha obrado en su alianza con Ortiz el milagro del rescate de una pieza fundamental para comprender la integridad cultural de Huesca, entendida la cultura como el conjunto de valores que impregnan la historia que nuestros antepasados nos han legado: el talento, el esfuerzo, el mimo en el trabajo, la satisfacción por el deber cumplido más allá de lo imprescindible, la voluntad de compartir, la gratitud hacia los creadores, el orgullo de una ciudad y una provincia que nunca quiere dejar de progresar. Sintámonos en la gloria. Un simbolismo invencible esta genial fraternidad.