Me he despertado con cierto desasosiego e, inmediatamente, he inquirido a Elena Torres información sobre el Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo. Mi desinformación ha quedado saldada oportuna y holgadamente. Elena es muy mediterránea, exuberante en la explicación. Para un periodista, incluso transitoriamente (y por muy poco tiempo) apartado de su actividad, una fuente como ella es un tesoro. Contenidos, fotografías, manifiesto y anécdotas. Un chollo. Toda la mañana creando dinámicas para homenajear al gran Miguel Gallardo (un ángel de la guarda de las personas que viven con este trastorno) con un mural ilustrado coralmente por todos los voluntarios que se han querido acercar para rendir tributo al artista finado. La comida en Cillas y, en la tarde-noche, la iluminación en azul (el color de estos ciudadanos) del edificio de la Comarca de La Hoya. Siempre emergen instituciones, empresas y personas de buen corazón para acompañar una celebración tan trascendental como la del TEA.

El manifiesto de esta jornada constituye una bofetada a la indiferencia y a la ignorancia de amplias capas de nuestra sociedad. Parte del artículo 12 de la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que les reconoce capacidad jurídica en igualdad de condiciones con las demás. En 2021, España adaptó su legislación con un nuevo sistema basado en los apoyos y el respeto por las preferencias individuales y la autonomía. En nuestro país se estiman 470.000 personas con este trastorno dentro de los 7 millones de Europa. En nuestra provincia, la casuística calcula algo más de dos mil, aunque todavía quedan restos que no florecen, que no brotan, efectos terribles de los prejuicios y los estigmas que son extraordinariamente dañinos.

Cuando ignoramos unas realidades, automáticamente nos convertimos en cómplices de la discriminación y víctimas de la autoestima, aunque la comodidad de nuestras nalgas sobre el diván nos impidan apreciar estos vacíos. Quizás habría que preconizar una convención de los derechos de las personas con distintas capacidades y discapacidades para conocer en profundidad los de las personas cuyas discapacidades han sido identificadas e incluso registradas. A esa revolucionaria convención bien podría denominársele, a secas, educación. Educación a gran escala, de la que aprende y empatiza, de la que proyecta el potencial de las múltiples inteligencias empezando por la emocional.

Me niego a denominar colectivo a las personas con trastorno del espectro autista. En esos términos, podemos caer en el riesgo de la uniformidad que acaba cosificando. Aun generando dinámicas de grupos, que en sí mismas son una labor hercúlea por la singularidad conductual de los individuos con TEA, cada uno de ellos es un mundo. Igual que cada uno de nosotros. Su mundo es el nuestro, y el nuestro es el suyo. Sólo así se entiende la normalización, que no integración o inclusión por cuanto estos dos últimos vocablos representarían el reconocimiento implícito de que llegan desde fuera, cuando desde el nacimiento son parte de un universo común, de un destino compartido. Este trastorno, y quienes viven con él, demandan esfuerzos investigadores, terapéuticos, educativos y sociales para la detección precoz, para avanzar con una estrategia en red, para una educación de calidad, para habilitar oportunidades para empleos dignos que aprovechen sus muchísimas fortalezas y habilidades, para una igualación efectiva de la atención médica e incluso para establecer mecanismos para proteger e impulsar a quienes están inmersos en crisis humanitarias, léase actualmente en Ucrania.

Exactamente igual que tú, lector, y yo, escribano, somos diferentes, sólo desde la asunción de la diversidad podemos comprender a las personas con TEA. Recuerdo aquel ejercicio intrigante en el salón de actos de Caja Rural, cuando el equipo de Carlos, Laura y Javier nos sometió al público a unos minutos de silencio. Introspección, saludable si hay salida, angustiosa si los adentros no sueltan el reo de nuestra expresividad. Fue algo similar a los minutos inacabables del gran artista conceptual Daniel Bagnon en el Congreso Nacional de Alzheimer. Una invitación a chocarnos de bruces con una realidad que, aunque interpretemos ajena, es nuestra salvo renuncia al valor de nuestra sociabilidad.

Conozco a muchas chicas y muchos chicos con trastorno del espectro autista. Coinciden en algunas habilidades como su impresionante creatividad. Son inteligentes y, aunque alguien no lo crea, agradecidos. Cuando presenté hace unos años en la escalinata del Casino Oscense el Día Mundial, descubrí un apasionante ejercicio de superación. Todos ellos, acompañados de primas y primos, de padres, en una asombrosa acción edificante, me enseñaron el valor en estado puro. Sin límites. Sin renuncias. Hoy, Juan ha asomado a mi wasap con su tío Antonio (que me sigue hablando desde aquellas cumbres celestiales), con el instrumento preferido del gran Torres entre las manos. La primera palabra que brotó de sus labios de bebé fue «bandurria». Otra genialidad: su primera escritura fue una marca, Enate. Ahí ofrecía sus magníficos servicios su tía Myriam, e ilustró el nombre con el logo magníficamente dibujado junto al que había sido grabado industrialmente en aquel cuaderno. La historia de Autismo Huesca que preside Carolina Gómez y que hilan trabajadores admirables, socios y voluntarios está llena de vicisitudes que componen un combinado de risas y llantos, de alegrías y frustraciones, de serenidad y tensión. Del avance entre meandros de la voluntad.

La individualidad también confluye en las familias. Nuestras conductas están inspiradas por nuestro arcón existencial, en el que se alojan pensamientos, nuestras emociones y nuestro patrimonio experiencial. De ahí salen tormentas, paraísos y urbes recorridas por la diversidad. Es sencillo proclamar frases rimbombantes sobre el futuro. Y, sin embargo, cuando en el horizonte sólo vemos tornados y lúgubres nubes, se representa como «el puto futuro». Los padres que envejecen y, en el tránsito de los años, se acumulan las incertidumbres: ¿qué será de ella, qué será de él? ¿quién le atenderá? ¿quién le protegerá? ¿cómo evolucionará cuando tome su propia senda hacia la senectud, ausentes sus principales guías? El porvenir, de hecho, invade el presente con interrogantes sin certezas en la contestación. Y, ahí, las lágrimas de Santiago irrumpen irremediablemente para cortar el flujo de sus cuerdas vocales.

Leo en La Vanguardia que se ha constituido una asociación de madres de personas con autismo. Reducen su reivindicación a una frase sencilla: no queremos caridad, reclamamos derechos. El entorno contradice nuestras declaraciones grandilocuentes. Tales días como hoy, cosemos un rosario de bellas palabras que dibujan un panorama inexistente, a pesar de que tenemos en nuestras manos el conocimiento y las herramientas. ¿Cuántas empresas con sello de Responsabilidad Social de Aragón (RSA) disponen en sus instalaciones y entorno de pictogramas para que el recorrido sea practicable por personas con autismo o discapacidad intelectual? ¿Cuál es el grado de -des-conocimiento de ARASAAC, el Centro Aragonés para la Comunicación Aumentativa y Alternativa? ¿Por qué los edificios oficiales no aprovechan su tesoro del mayor número de pictogramas en todo el mundo? ¿Somos capaces de pasar el tamiz de la coherencia entre los vocablos y los hechos? ¿Estamos dispuestos a contratar en nuestras empresas a personas con TEA? Y contestemos con sinceridad: ¿Les consideramos ciudadanos de pleno derecho? Difícilmente pasaríamos un detector de mentiras. Y, sin embargo, ellos nos miran sin recriminación. Tal es su grandeza. Y tal correspondencia es exigida a nuestra armadura ética. Aceptemos ser parte de su feliz viaje por la vida. ¡Ah! Y pintémosla hoy de azul.

Esta preciosa piedra llena de cromatismo fue el regalo de mi última visita a Autismo Huesca. Me inspira y me alegra. Es obra de una maravillosa persona con TEA.
Celebración hoy del Día de Concienciación sobre Autismo