Nos quedamos con el brindis por él y la sensación, bajo ese sol plúmbeo en la explanada de Salas, de que Ramón toma su copa de rosado y, saludándonos a todos con el dedo meñique, nos susurra: la gente quiere que le quieran.

Tere Larrosa, recordando en plena unión a Ramón.

Luis Nozaleda

Cuando Nuria Custal, soprano y sobrina de Ramón y Tere, interpretó el Ave María, fui consciente de que, a partir de ese momento, mi cerebro musical estaría ocupado hoy por la delicada y mística pieza de Schubert. En el intermedio de los parlamentos, Nuria y Sandra Lanuza derivaron hacia Händel y su ópera Rinaldo, en concreto la pieza Lascia ch’io pianga, Déjame Llorar. Déjame llorar mi cruel destino, que anhelas la libertad. Y el alemán arrebató las neuronas rítmicas al austríaco. La mente es caprichosa y ni siquiera la poesía de la fabulosa Palabras de Amor de Serrat (con Nuria y otro sobrino de Tere, Bernat García, a la guitarra) ha conseguido desbancar el Déjame Llorar que, en este preciso instante, acompaña estas letras.

Retumbó silenciosamente, ayer a las seis de la tarde, en la misma Ermita de Salas donde Jaime el Conquistador atronó a nobles aragoneses levantiscos para afear su deslealtad, una de las muchas sentencias de ese generador de aforismos que, desde su ingenio, era Ramón Justes Carilla: La gente quiere que la quieran. Y desde la otra dimensión en la que quizás con nuestro Antonio hayan iniciado de una bendita vez la historia de la Transición con la que tanto amenazaron como dejaron ir (seguramente por prudencia porque los predios terrenales no están dispuestos a leer lo políticamente incorrecto), Ramón hubo de dejarse querer. En realidad, ya en este valle de lágrimas era un poco mimoso. Aunque Ana Gállego y yo hiciéramos mofa y befa de la expresión de Ágatha Ruiz de la Prada, a Ramón le gustó que lo calificara como «el simpático del Somontano» en aquella escena hilarante de camarote de los hermanos Marx en los que la diseñadora nos explicaba que en su taller estaban prohibidos los trajes negros o azules oscuros, justamente los atuendos que lucíamos él y yo.

El de ayer fue un acto de sublime libertad. Es de agradecer que Tere nos invitara a una representación tan hermosa: oradores amigos de Ramón compartiendo sus cuitas mientras los demás nos ejercitábamos en la sana dualidad de escuchar atentamente y, a la par, dejar volar nuestras remembranzas al encuentro con el homenajeado.

Con precisión y el cuidado que tanto gustaba a Ramón en el coche, su amiguísima Merche Pérez condujo la nave central de la ermita de Salas, donde este fin de semana se cumplen los 40 años del casamiento con Tere. Merche puso cuatro ejes fundamentales de la poliédrica existencia de Ramón: vital, comprometido, trabajador y bueno. Certera apreciación. Y se inició el desfile de amigos, escogidos entre los centenares de personas que le profesábamos el amor que merecía y que él puso por delante en sentido inverso. Es curioso, una periodista espléndida me decía en 1986 que Ramón, por entonces jefe de gabinete de Miguel Godia Ibarz, gobernador civil, le imponía respeto y que él elegía «sus» periodistas. No le faltaba razón. A separar el grano de la paja, a seleccionar las gentes de las que te rodeas, se le llama criterio. Y Ramón era abundante en criterio.

José Antonio Altemir, amigo de la infancia del barrio de Santo Domingo y San Martín, recalcó que Ramón era «listo, alegre y generoso» en aquella adolescencia de aulas, tabacos, miedos, inquietudes e ilusiones. Y que predicaba y practicaba la igualdad y la dignidad.

Y Fernando Buisán, camarada en las inquietudes políticas y sindicales, remembró la fundación entre Ramón y Miguel Calvo de los Scouts de Santo Domingo y San Martín, con ese prodigio sacerdotal que era Rafael Andolz (Ramón lo idolatraba), con el que trabajaron en Jara, Marcelo, el cementerio de los Mártires. Al atisbo de la audacia y la clandestinidad.

A otro que admiraba sin medida era a Tallo Marraco, presidente del Gobierno de Aragón de 1983 a 1987. Santiago reconoció que vivieron magníficas aventuras políticos juntos. «Era comprometido y capaz, conocía a todos en Huesca. Sabía crear amigos y mantenerlos. Añoramos su inteligencia, su respirar, su compromiso y su manera de entender la vida».

Con Luis Nozaleda lloramos. Como él. Contener las lágrimas es, además de inútil, una traición a nuestro corazón. El presidente de Enate admitió que su relación fue «un flechazo». Vini, vidi, vici. «Nos vimos, nos conocimos y empezamos a trabajar juntos» en una virtuosa «complicidad creativa«. Sí, en términos actuales, fueron dos «aceleradores». En el traslado existencial de la política a la empresa, Ramón reconocía que se le había quitado una venda de los ojos: «No hay nada más progresista que crear empleo», decía. Y a Luis le acompañó en la hermosa utopía de Panticosa, y le introdujo en la Fundación Beulas. María Sarrate, José Beulas y Ramón Justes «se merecían mayor reconocimiento. Gente que hace que pasen cosas buenas». Como Luis es creyente, ahora desea que, cuando le toque la partida y se propicie el reencuentro, puedan brindar con el Rosado Enate. Ya somos tres.

Pepe Cerdá, genio y figura, en los lienzos y en su filosofía, casi metafísica. «Los que dibujamos sabemos que las líneas más importantes son las que no se trazan. El vacío permite que los ojos paseen y los pensamientos pasen. Todos nosotros estamos vacíos. Somos alma y es lo que nos anima». Como creyente, el pintor es consciente de que la «ausencia, como el blanco del papel, es una potente forma de presencia». «Hoy que Ramón está ausente, su presencia es más que evidente. Ramón vive cada vez que recuerdo algo que dijo, hizo o dejó de hacer. A menudo, cuando hablo con amigos comunes, le citamos, e interviene, por lo tanto sigue conversando con nosotros».

Pepe Cerdá, en su alocución.

También Vicente García Plana compartió vicisitudes con Ramón. A veces, con él, se sentía como si fueran Tip y Coll. Definió a Ramón como una mezcla de Woody Allen y Paco Martínez Soria. La hilaridad de la bancada no empece para la profundidad de la comparativa. Genialidad y carácter entrañable para concebir la vida en su justa dimensión. En esa en la que fabular es bueno, incluso para resetear y edificar los recuerdos. «A mí me ha mejorado». Y, como Ramón, se preguntó el artista: «¿Merece la pena una vida que no te hace mejor?».

La velada transcurría entre la épica de las pequeñas hazañas y la lírica de las palabras. Otro amigo, Pablo Martín-Retortillo, respondía al estado emocional de su padre, Ignacio, en la iglesia. «Cada uno lo llevamos en nuestra alma». Las palabras de Pablo brotaban de muy dentro con las peripecias juntas, los últimos momentos de Ramón antes de ingresar en el hospital desde el que no salió hasta ese 31 de marzo de 2020 en el que partió hacia otras esferas. Inteligencia, trabajo, creatividad y sentido de servicio.

José Luis Laguna siente añoranza por Ramón. Colega durante muchas décadas, su alianza vital quedó definitivamente sellada por el Vino Amigo de Enate a beneficio de Atades Huesca cuando José Luis era el gerente de la hoy Valentia. Aquellas jornadas divertidas y edificantes para los usuarios de la entidad, en las que vendimiaban, probaban el primer mosto y comían alegre y bulliciosamente. Con su proverbial sencillez, concluye el orador: «Queremos que tú nos quieras». Amén.

¡Ay, Tere! Centro de nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras penas. Y, sin embargo, con su carácter alegre, ayer admiramos la pieza de orfebrería de ese acto de reconocimiento y oración por Ramón. Abrazada por María Justes Larrosa en todo el ceremonial, seguida por la mirada por Javier Justes Larrosa, los ojitos derechos de Ramón y Tere, tiró del valor y el coraje con el que ha sobrellevado la ausencia para proclamar, ante todos, que «Ramón ha sido un marido maravilloso y un padre extraordinario, asombroso». Reconoce en cada condolencia un abrazo después de quedar devastada aquel 31 de marzo en que Ramón se fue «solo, sin un beso, sin un abrazo». La calidez que se había ganado con la obra de arte de las relaciones cultivadas en vida halló su segunda oportunidad ayer, rodeada la familia por «amigos y familia maravillosos». A todos nos falta Ramón, que compartió todo. En todos queda el vacío de su «cabeza, inteligencia, creatividad, valor de las cosas pequeñas y el amor a las personas». Quizás, sólo quizás porque Ramón no estará para rectificarnos, reprendernos o ratificarnos, si trasladamos cada problema en nuestra cotidianidad a su pensamiento generosamente entregado a sus amigos, encontremos la vía para resolver nuestras encrucijadas. De momento, nos quedamos con el brindis por él y la sensación, bajo ese sol plúmbeo en la explanada de Salas, de que Ramón toma su copa de rosado y, saludándonos a todos con el dedo meñique, nos susurra: la gente quiere que le quieran.