El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho (Miguel de Cervantes). Marco Pascual ha sido y es un Capitán Tan (con sus Chiripitifláuticos Valentina, Locomotoro y los Hermanos Malasombra) que puede presumir de sus viajes a lo largo y ancho de este mundo. La curiosidad es su principal herramienta, pero para que se convierta en destino hay que poner voluntad. Te preguntarás, amigo lector, si con eso basta. Sí, con eso… y algo más. Pero sin eso no hay nada. Marco ha hecho siempre de la necesidad virtud. De muy joven, se planteó recorrer todo el mundo sin precisión de alforjas llenas por cuna. En equilibrio funambulista, ha tirado de transporte público, de zapatilla, de ingenio, de austeridad y de empatía para ser uno más en Mozambique, en Irán, en la India o en Oceanía, hasta un centenar larguísimo de países, de civilizaciones, de culturas, de religiones, de pensamientos. Viajar para despojar de sus atributos al simplismo, al prejuicio. Cuando le conocí en la vieja calle La Palma, con Antonio Angulo, me impresionó. Sus peripecias son inalcanzables para alguien sin extremos de audacia, de inteligencia, de firmeza y de fe. Creer para crear. Crear para lograr. Se hizo a sí mismo y generó una red en la que desenvolverse en equilibrio. Comercio justo, vender lo de esas tierras para volver o para tomar nuevos rumbos. Y, mientras tanto, con habilidad en la pluma, esas bonitas Memorias de Viaje que publicaba en Diario del Altoaragón y que luego transformó en libro, como su «Rumbo al corazón africano», «La ruta que no cesa» o «La chica de los sueños dorados».

Siempre ha tenido facilidad para el relato. De hecho, sus publicaciones durante meses en Facebook de sus vicisitudes con su anciana madre y su compañera consiguieron que todos viviéramos con la venerable Irene y la alegre Ubiely, en una danza permanente de la vida que el ojo de Marco convertía en una hermosa armonía lírica, un canto a la existencia, al amor en todas sus dimensiones, a la sublimación de lo sencillo, a la elección de los placeres al alcance de quienes no respiran adicción a la lujuria. Cuando partió Irene, tras una inoportuna rotura de cadera, todos lloramos con Marco, y todos esbozamos esa sonrisa al constatar que esa venerable senilidad que tanto nos conmovió era una invitación a continuar con alegría. No cabe mejor homenaje.

Marco e Irene, hijo y madre, una relación entrañable.

Que Marco demuestra fluidez en la narración es una obviedad. Quizás el único que no se lo crea de quien le conocemos, por su providencial humildad, es él mismo. Tiene habilidad para emocionar y para trasladar al papel sus experiencias, esas que enriquecieron su zurrón existencial en 120 países, en algunos de ellos con más intensidad, como Estados Unidos, Canadá o Indonesia, donde vivió.

Su primera gran novela, «La rebelión de los complacientes», que por un incidente de salud familiar no pude presentar en la Feria del Libro de Huesca, incorpora a lo largo de casi cuatrocientas páginas densas en diseño, pero ágiles en su trama, todos los componentes que definen a Marco. El autor se refleja, incluso sin desearlo, en su tejido narrativo: una incontestable prioridad al ensalzamiento de la ética, la denuncia de la injusticia, una imaginación fraguada en su apertura de miras de sus viajes (nunca alguien como Marco puede ser nacionalista), unos pormenores que indican estudio profundo de aspectos tecnológicos y económicos, una versatilidad para sacar la acción de cauces monótonos para engendrar expectación y un importantísimo punto pedagógico: la advertencia sobre el mundo monolítico que estamos regando en este momento.

«La rebelión de los complacientes» fecha en 2041 un inquietante marco de monopolio mundial del comercio con una gran compañía que combate un grupo de sus víctimas (UCOM) hasta que David abate a Goliath

No voy a destripar el argumento, pero sí sintetizarlo con una frase: la lucha de un grupo de activistas-humanistas contra el monopolio comercial de una compañía multinacional apoyada en la invasión tecnológica para crear una sociedad desnaturalizada. David contra Goliath, el imposible que deja de serlo, el desafío a los más poderosos. Una distopía situada en 2041 que, sin embargo, encuentra concomitancias con nuestro presente y con el futuro que avecinan instituciones como la Universidad de la Singularidad y sus predicciones de la movilidad autónoma (esto es, sin conductores) y la robotización galopante en ese horizonte. Con el hoy, analogías entre MWS (Megamax Web Services) y AMS, dirigidos por JB (John Barlow, personaje de la novela, Jeff Bezos, personalidad del comercio mundial). Las consecuencias, similares en la ficción y en la vida real: prácticas inmorales, anulación de la competencia, ruina de los pequeños comercios atraídos por un supuesto «marketplace» que les enriqueció hasta devastarlos, gobernantes conniventes con la gran corporación y una ciudadanía aborregada y consumista sin criterio. Apreciado de esta manera, es probable que tampoco parezca tanta distopía.

Como todas las novelas que nos puedan venir a la cabeza, desde Un Mundo Feliz hasta Fahrenheit 451 o 1984, como otros libros clarividentes como El Dominio Mental del coronel Pedro Baños, la atmósfera que describe Marco es inquietante. Y, sin embargo, nos brinda un acicate estimulante: el desenlace es esperanzador. Basta un grupo de personas con conciencia para ir abriendo escenarios de recuperación de los viejos valores, de la ética como hilo de relación social, del conocimiento global que multiplica las oportunidades contra los abusos. El camino es complejo, primero en la clandestinidad de los rostros tapados en las acciones, luego en el aprovechamiento de las redes sociales (piano, piano, despacito), finalmente en el contagio del despertar del espíritu crítico en mayores capas de la comunidad nacional y mundial, finalmente en la racionalidad frente a la amenaza, serena, sutil. Sólo así podremos ir superando barreras como el deepfake o el swapping, que además de triquiñuelas indecentes son anglicismos que destrozan nuestra lengua, pero que en el relato resultan sustantivas para desarmar la corrupción. Sólo así abandonaremos el estatus bobaliconamente complaciente y asumiremos la soberanía de nuestro destino.

La ópera prima de Marco Pascual es ilusionante. Como los noveles, como los novilleros, lo que más hay que aplaudir es el valor, el arrojo, la imaginación y la fe. Incluso el descaro al publicar en Amazon, a calzón quitado, con sus propios medios, de una novela que John Barlow hubiera intentado censurar. Pero este Quijote, como lo es su personaje Diego Salas, este Quijote -insisto- de Aguas tiene todavía por delante muchos molinos de viento literarios que derribará para encontrar su Ínsula Barataria en la que gobernar su personalidad narrativa. En ese camino, pulirá su sello (ya muy prometedor) y abrazará otras glorias. Enhorabuena, Marco. Un fascinante estreno.