Quiero suponer, porque si no es para pedir apearnos de este mundo como pide Mafalda, que algún día aposentaremos los conceptos volatilizados en la sencillez de antaño. Nos seduce tanto flirtear con el funambulismo que nuestra extravagancia será sometida en el futuro a la hilaridad de sus coetáneos como nosotros lo hacemos ahora con Carlos Jesús «Raticulín», Carmen de Mairena, Tamara Seisdedos, Leonardo Dantés, Paco Porras o el Pozí. Al lado de ellos, los ‘cuñaos’ de Jesús Quintero eran académicos correspondientes. En lugar de estos personajes, en el programa de Las 10 más esperpénticas saldrán comparecencias de parlamentarios y ministros, y con certeza pensarán que se trata de cómicos, como ahora nosotros lo pensamos de las escenas de Gila, de Groucho Marx o de Emilio Aragón.

Acabo de borrar el párrafo que continuaba, más que nada para evitar el ensañamiento. En el fondo, no interesa nada repetir las necedades, que como decía Voltaire si se reproducen acabamos creyéndolas. Un mensaje de Mayte Aznárez, luego enviado también por Juan Carrero, me conmociona. Es una carta de Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger, tras la tragedia en el asalto a la valla de Melilla:

«No preguntes cuántos son los que murieron, tampoco cuántos han sido los heridos. “Centenares”, dicen. Cien arriba, cien abajo, ¿a quién importa?
No preguntes cómo murieron. No preguntes si esas muertes fueron evitables. No preguntes por responsabilidades en ese crimen contra unos jóvenes africanos sin derechos y sin pan.
No preguntes.
La culpa es de los muertos. Los violentos son los muertos. Los responsables son los muertos. Las autoridades de los pueblos sólo pueden felicitarse de haber conseguido que los violentos estén muertos, que los sin derechos estén muertos, que los sin pan estén muertos.
Y se felicitan, y se aplauden, y se animan a continuar matando a jóvenes africanos sin derechos y sin pan.
Y el periodismo calla: no denuncia; ni siquiera informa.
Y la conciencia calla: como si Alá bendijese a quienes matan pobres; como si a Dios no importasen los pobres que asesinamos; como si los dueños del poder que nos oprime fuesen también los dueños de nuestros derechos, de nuestro pan, de nuestras vidas.
Yo no puedo decir que los responsables de esas muertes son los Gobiernos de España y Marruecos; yo no puedo decir que los Gobiernos de España y Marruecos tienen las manos manchadas de sangre; yo no puedo decir que los Gobiernos de España y Marruecos llenan de víctimas un frío, cruel, prolongado e inicuo corredor de la muerte. No lo puedo decir, pero lo puedo pensar, y es lo que pienso.
Adoradores del dinero a un lado y otro de la frontera. Adoradores del poder a un lado y otro de la frontera. Adoradores de la mentira a un lado y otro de la frontera. Violadores de pobres a un lado y otro de la frontera. Herodes y Pilato se han puesto de acuerdo para matar a Jesús. A un lado y otro de la frontera Herodes y Pilato se han puesto de acuerdo para matar a ese “Dios para Dios”, que son los pobres».

Para los gobernantes dejamos la mezquindad, el cálculo diplomático, la desmemoria, la ductilidad de la ideología que sopla según el viento de la conveniencia (Tarajal, 2014 -Melilla, 2022, Guardia Civil masacrada, policía marroquí bendecida), la levedad de los valores, la vileza del atraco de la fe, de la esperanza y de la caridad a hombres y mujeres (sí, ¡joder!, ellos, ellas y también elles en la trinidad del despiste trilero) que se juegan la vida porque creen que su vida no vale nada.

El «mataverso» de aquí no quiere nosotros más que para nosotros, inmaculados, arios, irreflexivos, alegres que viva la Pepa, mientras los otros que también podríamos haber sido nosotros encuentran la muerte

Un instante de concentración metafísica ha de disparar un escalofrío de tu médula espinal, de arriba hacia abajo, lento, helador. ¿Y si él fuera yo, y si ellos fuéramos nosotros? ¿Y si nosotros fuéramos ellos, y si yo fuera ella? ¿Y por qué no he de serlo? ¿No nos sirve el monólogo de Segismundo, acaso no es todo un sueño, ay mísero de mí, ay infelice? ¿Y si ellos son un avatar de ti o tú un avatar de ellos, golpeados ellos, amontonado tú, sin aire ninguno entre las armas de la policía marroquí felicitada maldita-sea-mi-estampa por un presidente del gobierno insensible a la tragedia? ¿Qué importan? ¿Acaso alguien se acuerda de los saharauis, de las saharauis? ¿O de los ruandeses? ¿O de los ucranianos? ¿O de los tibetanos? ¿O de los venezolanos? ¿O los sirios? Todo se arregla con cuatro cañitas, una música alienante y el soma espeluznante. «¡Bastante tenemos con lo nuestro como para pensar en los demás!» ¡Seremos miserables, seremos miopes!

El Gran Hermano predica con voz suave. Las grandes mentiras siempre se pronuncian con sutileza. Da igual quién sea, en realidad tampoco tengo claro que no sea un holograma. Lo parece. Lo parecen. Los que no son hologramas son esos cuerpos despachados en fosas comunes, contabilizados para la estadística que es lo que cuenta, más que nada para restar importancia. A estas horas, ya podemos todos cenar, opíparamente recomiendo, sin pensar en nada. A ver másterchef o los first dates o la isla de los supervivientes. A esos los llevaba yo a la valla de Melilla con la policía marroquí. Pero hay una diferencia. Respecto a los caídos en la ignominia (sí, así calificaba un gobernante de hoy las devoluciones en caliente hace ocho años), la dignidad es inversa. Si alguien tiene un metaverso con dosis de empatía, que me saque una entrada. El «mataverso» de aquí no quiere nosotros más que para nosotros, inmaculados, arios, irreflexivos, alegres que viva la Pepa, mientras los otros que también podríamos haber sido nosotros encuentran la muerte, precisamente, porque nosotros les hemos prometido que pueden ser nosotros y, cuando se acercan, un cancerbero de decenas de cabezas los engulle. Y nosotros nos lavamos las manos, como Herodes. ¡Menudos somos nosotros! Los nosotros exclusivos.